miércoles, 30 de marzo de 2011

Res no és mesquí

I tot es Primavera:
i tota fulla verda eternament.


Y a mi si la primavera me llueve, me da igual. Me gusta.


La de aquí, de Mi París, me parece increíble. Con sol, con lluvia y con lo que sea.

Puede ser porque yo al sol no lo necesito tanto, por lo de mi apología del frío y esas cosas. Pero tengo que reconocer que lo he celebrado últimamente. Dije que lo haría más bien en Belleville, pero está siendo más en el Marais. No pasa nada.

También tengo que decir que lo que sí pasa sin piedad de mi, es el tiempo. Y que cada vez está más cerca el final, con su bueno y su malo. Estos agobios de calendario multiplicado que de repente me aparecen. Y de no tener ninguno, he pasado a hacerme con tres. Eso será por algo, ¿no?, ¿Será porque ahora me da por planificarlo todo? ¿Porque quiero jugar a saber qué pasa en el futuro? Pero, ¿no es mejor no saberlo? Yo que sé.

No se si serán eternamente verdes las hojas como no sabía antes de venir, si París se iba acabar alguna vez o nunca. Y tampoco lo sé ahora. Después dije que me daba igual saberlo. Y en estos meses de silencio ha habido de todo. Todas las gamas de síes y noes de saber n’importe quoi.

Sí he sabido relajarme cuando creía que tocaba acumular tensiones. No he sabido adaptarme a ciertas cosas. Ni he aprendido a planchar.

He visto mucha gente y he hecho muchas cosas. He dejado de hacer otras, las he retomado y las vuelvo a dejar. He conocido otros Parises, los de otra gente.  Y he repetido hasta el cansancio el mío. Que, por cierto, puede que ahora sea un hombre.

He visto también al monstruo de Clara. Y ese sí que no me gustó. Tuve que comer cacahuetes para dejar de verlo y que pararan esos ruidos espantosos. Ahora, los cacahuetes no me gustan ni quiero hacer triángulos con ellos.

Y he visto París en otras ciudades. En Berlín, incluso. Tan distinto al París de ahora, tan parecido a otro París de antes, puede. He visto parises pequeñitos andando por mi casa. Y los he matado dejándolos pegados en una tableta con pegamento. No uno, ni dos, sino dos.

He inflado eléctricamente bastantes colchones prestados. O el mismo muchas veces. Y he tenido que explicar otras tantas la misma historia del Panteón. He ido a comer Au p’tit grec, cuatro semanas seguidas. Y a por crepes con nutella en el mismo puestecillo de la Rue Lepic, bajando de Montmartre. He descubierto calles nuevas, y que Arts et Métiers, está aquí al lado. Y aún me queda. Pero tampoco pasa nada.

He convertido mi casa en un burdel, parecido a los de los felices años veinte. Y me acabo de fumar un cigarro con un café y una tostada de mantequilla. A las 8 y media de la tarde.
Pero he hecho lo que no voy a hacer de ahora en adelante. Que tocan otras cosas. Otros países nuevos que no sé si serán parises también. Otros diez días sin facturar maleta. Y poniéndome hasta el culo de kebaps por un euro. Ya veremos.

La primavera vino para quedarse, y espero que sea más larga que en Sevilla. Que no me agobie el calor. El bochorno, la xafogor, que solo me gustan para decir. Las hojas serán verdes, que me gustan. O del color que quieran. Tampoco pasa nada.