miércoles, 15 de diciembre de 2010

Frío

Y como el tiempo no para quieto, ya estamos a 15 de diciembre. Qué való!

Frío está París aún con sol fuera (ya no). Y hace frío hace hasta en mi casa, que siempre había sido calentita. Pero nada, yo aquí, con mi pijama y un jersey encontrado en algún lugar de Ámsterdam por una de mes colloc, que diogénesismente trae a nuestra morada todo lo que la suerte le pone por delante. No como a mi, que sólo me quita lo poco francés que tengo, como el móvil. 

El frío, como siempre, me gusta. Me han gustado las nevadas inesperadas de este diciembre inesperado. Lleno de sorpresitas muy buenas, malas y regulares. Lleno también ha estado en estas semanas de exposées, trabajos y exámenes de mentira de los que hacen por aquí. Disertations, les llaman. Con una forma un tanto extraña (no lo critico porque yo no critico, yo comento) de pedirle al conocimiento. Los profesores nos hacen desarrollar mini-tesis a defender con argumentos expuestos en un plan, pero sin entrar en materia. 

O sí. Porque como la confusión nos arruina, al final no sabemos si se pueden utilizar apuntes, si no, si el resto de la clase los utiliza porque le da la gana, si es que se les olvida quitarlos de encima de la mesa, o qué carajo ocurre.

El caso es que por unos días, la vorágine de estudio bibliotequero y semivagueza de ésa que practico en mi cuarto (el agujero de perrismo en el que duermo) ha terminado. Solo (ya sin tilde, como la RAE manda) por unos días. Enero se presenta divertido, movidito, estresante, agotador… serán dos semanas de, sobre todo, entregar trabajos, más exposées y algún examen que otro. Se trata de reunir toda la calificación de seis asignaturas en dos semanas. Porque claro, tanto empezar tarde, al final vamos corriendo. 

Lo bueno es que como los profesores no utilizan ese periodo de exámenes que la magnífica burocracia de París VIII les asigna, febrero será un mes de libertad absoluta, con ya el primer viaje planeado por Bélgica. También está la sombra omnipresente de Berlín, destino innegable al que acudir en esas fechas para quitarme el mal sabor de no haber ido con Clara a la Fête de lumière de Lyon, por motivos académicos y económicos (Plan de Austeridad, le llamamos). 

(Y Movistar no deja de acosarme)

Llevo mucho tiempo sin hablar de Mi París. Tras conflictos queer´s franco-camboyanos, más conflictos queer en estaciones de RER, conflictos con vecinas por fiestas ochenteras que según ellas se repiten todos los sábados (más quisiera), y miles de historias grandes y pequeñas, casi ha llegado la hora de irse. De irse a casa por navidad, como el turrón.

Volveré por unos días a Mi Sevilla, que ahora tendrá ese protagonismo que tienen las queridas, las amantes de película. Aunque ahora, no se muy bien si seguir con la teoría de la novia. No porque me haya peleado con París, que de momento no, sino porque quien la inspiró desapareció tal como vino, por sorpresa también. Y tú sabe, aquello de borrar el pasado.

Me da igual no saber qué es Mi París porque sigue siendo mía (mantengo que es femenina). Y todavía me quedan cosas que la hagan más mía aún. Como mi francés, que no ha dejado de ser macarrónico. Quizá un poco menos, pero no del todo. Así que para remediar eso y otras cuestiones más biológicas (pourquoi pas?), voy a intentar crear vínculos con gente y temas que me interesan aquí. Podrán llegar incluso a pasar por la militancia LGTB, de la que no he visto nunca necesidad en la Iberia nuestra, pero sí, y mucho, aquí.

Son proyectos y cosas de cara al nuevo año. Ya se sabe lo que tienen estas fechas, que te hacen exigirte cosas, no se sabe si por ti mismo o por los demás. El caso es que me las propongo como forma de mejorar. A mí y a Mi París. Espero cumplirlas todas (ni mucho menos expuestas aquí) y que la suerte me acompañe para ello. 

“Al saber le llaman suerte”, le escuché a una profesora una vez. Pero dependa más de mi o menos, yo lo voy a intentar todo. Ahora, habrá que seguir con lo inmediato. De momento es preparar quelque chose à manger para una cena de despedidas. Temprana pero necesaria. Y nos veremos otra vez en el mismo sitio que cuando vinimos. Nos veremos distintos, supongo. O quizás iguales, a lo mejor no hemos cambiado nada. 

El caso es que nos vamos a ver por última vez antes de la diáspora de vanidad (como dice mi primo) y antes del encierro académico previsible en enero. Yo creo que antes nunca se magnificaban tanto los “hasta pronto” como ahora, que estamos acostumbrados a viajar más y poder vernos más, con menos “hasta nuncas”. Pero como somos muy post-modernos todos (palabra mágica junto a decadente, sórdido y espontáneo), lo disfrazamos de “hasta nunca” o “hasta dentro de mucho” y nos jartamos de comer y beber. Ea.

jueves, 18 de noviembre de 2010

C´est quoi?

Mi París me acaba de presentar una de esas experiencias contradictorias que te suelen parecer, cuanto menos, curiosas. Acabo de ir a pelarme a un barrio donde había visto que eran bastante baratas las peluquerías (en el 11e, cerca de Bvd Voltaire). Buscando la que yo tenía apuntada, he encontrado otra que tenía un precio similar (15 euros, teniendo en cuenta que las de mi barrio no bajan de los 18, 24 o 26, no es demasiado abusivo). Como además, no había nadie, he entrado y la señora me ha atendido inmediatamente. Ella, francoasiática, estaba estudiando inglés, ya que no había ningún cliente.

El caso es que me ha gustado mucho como me ha tratado, como me ha pelado y toda su gran amabilidad. Pero, en su entusiasmo por hablar con alguien, hemos profundizao bastante en una conversación que se iba volviendo cada vez más extraña. Mientras me pelaba, he visto que tenía una figura de una virgen (sí, una virgen de las nuestras, de escayola de to la vida) y le he preguntao si era católica. Resulta que además de una mujer católica, me ha pelado poco menos que la secretaria general de la sección femenina de la Falange, o del partido Nazi. Siendo ella de orígen no francés (su padre sí, su madre camboyana), me ha resultado curioso lo racista que era. Me ha estado explicando que lleva a su hija (que está estudiando español y le ha enseñado que cheveux es pelo) a un colegio católico, porque viven en las afueras, y “los colegios de las afueras están llenos de arabes et noirs, que están todo el día drogándose y no trabajan”. Así de drástico.

También dicía que los patrons franceses prefieren a los asiáticos porque no se meten en problemas y son muy trabajadores (ella está muy a favor de la reforma de las pensiones, por supuesto). Y que le llama mucho la atención y no entiende como en España (y ahí es donde me he acojonao), que según ella es un país donde el 99% de la gente es católica, se ha permitido el matrimonio homosexual. “Con lo inhumano y antinatural que es, sobre todo para los niños”. Yo, más callao que en misa (nunca mejor dicho), sólo atinaba a decir cosas que intentaran desviar la conversación. Porque claro, estás en las manos de alguien que tiene tijeras y cuchillas cerca de tu cuello de homosexual, y con mi nivel de francés tampoco podía replicar tal cantidad de barbaridades. Le he dicho simplemente que no estaba de acuerdo y que me parecía muy bien lo del matrimonio homosexual. Se ha vivido un pequeño momento de estos de tensión incómoda, pero poco a poco, se ha vuelto a poner a hablar y a soltar perlitas de las suyas.

Sus comentarios parecían sacados, poco menos que de las vecinas fachas de 'Cuéntame'. Por su posición ideológica parecíamos estar poco antes de la IIGM, más o menos. Creo que nunca he estado con alguien que tuviera tantos clichés juntos, metidos todos en un cerebrito de persona normal (y tampoco había estado tan ‘en sus manos’). No entiendo en general el racismo, pero menos si viene por parte de alguien que es potencialmente víctima de él. Cómo en vez de rechazarlo, lo genera de esa manera tan intensa además.

Me ha hecho pensar que me ha gustado ir, egoísta y burguesmente porque me ha gustado cómo me ha dejado, y porque la fin y al cabo, era amable conmigo. Además ha superado la barrera de ‘miedo’ que tenía a que no me entendieran y me pelaran de una forma que yo no quisiera. Hasta ahí bien. Pero por otra parte, he salido de allí bastante nervioso, muy muy tenso. He pensado en si volveré y creo que no. Me imagino (y espero) que habrá más, mejores y más baratas peluquerías en Mi París. Además, no quiero darle dinero a alguien que puede emplearlo de forma tan injusta.

Ah!

Por cierto. Hemos estado en Bordeaux, Clara y yo la semana pasada. Nos ha gustado mucho. Nos ha parecido muy buena la idea de dejar París por unos días. De verla desde otro fuera que no es nuestro país, estando dentro de Francia. Fue un viaje divertido y sobre todo, sabroso. Creo que nunca he probado un cous cous tan bueno como el del mercado de Les Capucins, un café tan bien hecho como el del Apollo y un vino tan… en verdad, vino, no hemos bebido mucho (delito de los gordos). Pero seguro que también es maravilloso.

En fin, vayan ustedes sin (no con) Dios, por favor.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Tardor

Llegó a Mi París el otro día. Como si no hiciera más de dos semanas que tendría que haber venido. De repente, la mitad de las hojas de los árboles se cayeron sin dejar ni un hueco para ver las aceras asfaltadas, tan lisas y europeas.

Y fue de golpe. Subió la temperatura, --lo que está empezando a mosquearme otra vez-- y pum! Todas al suelo. El Jardin des Plantes se hizo más bucólico aún. Y quitando ese momento en que los guardas cierran las puertas y te dejan dentro, sudado, con 40 señoras parisinas enfurecidas, es precioso. Menos mal que quedó en un susto.

Porque el deporte tiene sus riesgos. No es tan sano como dicen ‘los expertos’. Yo, ciertamente lo hago porque me gusta mirar mientras corro, lo que hace la gente. (Y para recuperar mi culo, claro). En Mi París se ven personas más curiosas que en mi Parque Amate (que no obstante, también tiene su fauna). El otro día había una mujer oriental poniendo posturas durante 10 minutos sin moverse (no sé si era tai chi, yoga o qué historia lo que hacía) y me llamó mucho la atención. Eran posturas sencillas, pero imposibles de mantener para mí. Es fácil entretenerte mirando porque siempre hay niños de excursión, o en algún descanso de los colegios cercanos. También adolescentes comiendo cosas del McDo de abajo mía, o universitarios fumando cigarrillos y pelando la pava.

Pero en serio, es peligroso. Cada día cierra antes, tiene desniveles que me recuerdan a aquella maldita caseta de feria que me dejó en muletas, y te chocas con los niños que corretean en la parte del tiovivo decadente que nunca puede faltar en un parque/plaza/cualquierespaciopúblico de Mi París.

Yo, para complementar mi deportividad, se supone que estoy apuntado a Musculation, en el gimnasio de París VIII, pero sólo he ido una vez. En verdad nunca me han gustado esos sitios y entre unas cosas y otras, siempre termino faltando por olvidarme la toalla, haberme cambiado una clase porque es horrible, o porque me la cambien ellos, da igual. El caso es que me propuse el tema del deporte este año por aquello de mantenerse y esas cosas. Pero nada. No hay manera.

En estas semanas también he intentado irle sacando más provecho a mi Libre Pass de la cinémathèque. Y eso sí lo he conseguido, más o menos. A parte de lo de Twin Peaks, hemos ido a ver El Viaje de Chihiro. Y quién me iba a decir a mí que vería una peli japonesa de animación tan a gusto. A gusto y cansado, porque en la primera parte fue inevitable el sueñecito. Pero muy bien. Después había un seminario impartido por un señor que se parece a Alberti, para explicar un poco de qué van todas esas mitologías japonesas que aparecen con la pequeña Chihiro. Lo que pasa es que era jueves noche, y apetecían más unas cervecitas que nunca llegaron a ser tomadas. Con el ansia, nos fuimos a comer a un “Chino-Japonés, de lo más antuiguou”, en honor a Confucio, ese gran inventor de la confusión, como todas las misses saben.

Decidimos que los jueves se convertirán en jueves de cine. Porque como ya he dicho, hemos hecho algunos cambios en nuestro acuerdo de estudios, y esa tarde se queda libre. Clara y yo acordamos no ir plus jamais a la clase de Droit de la Communication. El profesor acostumbra por sistema a llegar tarde porque sí y encima dice tan a gusto cuando llega que “esto no es una clase verdaderamente, ¿no?, venimos a debatir, tal…”. O sea, que te llevas 50 minutos esperando a un profesor (algo que nunca se haría en Sevilla) para, realmente nada. Porque no se hace nada. “Y no tiene derecho a robarnos tres horas a la semana de nuestra vida”, dice Clara con toda la razón. Sus clases consisten en leernos un artículo de algún periódico e irlo comentando, como si no lo pudiéramos hacer en casa. Así que Derecho se hará en la Fcom, como está mandao.

"Más cositas"

El otro día, mis compañeras de piso y yo decidimos hacer este fin de semana una fiesta en casa. Y la verdad es que ha salido bien, para lo que pudo haber sido. Como de costumbre, nos vinimos arriba en el Lidl de République, comprando cosas. Y claro, luego lo pagamos en el metro teniendo que cargar con un carro, un saco de 10 kilos de patatas y como 8 bolsas entre los tres.

En la fiesta, la casa se llenó de repente de alemanes cachondos que se liaban en la cocina. También hubo algún típico pesao de los que no se van ni con agua hirviendo y en general la comida y la bebida animaron al personal. Estuvo precedida por una soirée más íntima, el día anterior, para ver la maravillosa producción que Telecinco ha hecho en nuestro país para narrar el noviazgo de nuestros futuros reyes. Y sobre eso, sobran las palabras. El caso es que hemos pasado un fin de semana apañaíto.

Para el que viene: puente (otra vez). Como si no hubiera suficiente con huelgas y todos los santos, a los franceses les da por celebrar el fin de la Primera Guerra Mundial el día 11, ya ves tú. Ese mismo día cogeremos un tren hasta Bordeaux y nos quedaremos hasta el domingo conociendo un poco la Francia profunda. Será un viaje bonito, seguro. Y espero que barato, también.

Tengo tres días para aprovechar al máximo y recuperar mi moral productiva otra vez. Toca trabajar, que ya es hora. Como propósito de la semana está el rendir lo más posible académicamente y aprender a dejar de ser un incrédulo (toma ya, momento melodramático). Espero que no me cuesten mucho las dos cosas y que, aunque sea difícil, llegue a tener esa sensación de haber cumplido. Lo segundo es muy complicado en una semana, ya lo sé. Pero en algún momento tendré que empezar.

La tardor me gusta, pero más me gusta el invierno.

sábado, 30 de octubre de 2010

No n´hi ha prou

Con vivir en Mi París.

Además de decirlo, hay que hacerlo. Vivir en cualquier sitio es fácil. Es más o menos lo mismo en todas partes. Lo difícil es que el tiempo no te robe las ideas, sin darte cuenta. A veces yo también tengo la sensación de que me está robando a Mi París. Pero no. Aunque me pueda la pereza, sigo estando aquí.

Ya parece que asentado académicamente. Cosa que no ha sido fácil. Tener que ir rogando a los profesores que te admitan en sus clases, ajustar, desajustar y reajustar tu horario, cansa. Y lo que jode no saber cabrearte en francés, putain. Con cuenta bancaria en toda regla –chequero incluido--, puedo comenzar a tener una vida cada vez más normal. Y claro, la normalidad es cómoda.

Pero sigo encontrando sitios interesantes. Cementerios entrañables, happy hours para cada día, cinémathèques llenas de actividad. O mi propia casa, que con solo dos flexos, una lámpara y dos compañeras de piso más flipás del seu cony que yo, se convierte en estudio improvisado de fotos medio qué.

Y no es que no quiera contarlo. Pero como todo, Mi París, también tiene su momento, solo que no lo encontraba. Así que para eso están los sábados que se creen domingos, precediendo noches fílmicas como esta, cumpliendo turnos de limpieza, o sin hacer una vez más, los deberes que tanto decía que tenía ganas de hacer.

De todo, no sé qué es lo que más me ha gustado. Bloqueos, desayunos improvisados en la dirección contraria de la que quería, terrazas increíbles de Lafayette, grèves, grèves y más grèves, la pérdida del volumen de mi culo. Tengo que dejar de comprarme calzoncillos de lunares en HyM. Tengo que dejar de comprar.

No sé con qué quedarme de este Mi París de casi tres semanas de silencio. No sé si me tengo que quedar con algo, tampoco. Sé que todo va bien, menos mi cartera, ya digo. Que tengo que ponerme las pilas para no quedarme sin hablar francés, cada vez menos inferior que el de mi casera a la que aún no conozco seguro, pero sin hablarlo algunos días. Que tengo que aprender a trabajar en mi cuarto o reencontrarme con los libros. Porque en París VIII no hay wi-fi.

Que hay que hacer tantas cosas que no me funciona bien la cabeza. Y que qué coño dirán Sigur Ros en sus canciones.

Pues eso, que miren una moderna, miren una, moderna.



lunes, 11 de octubre de 2010

Sinfonías de humo

A Zola, los cuadros de Gare Saint-Lazare de Monet le parecían “sinfonías de humo” maravillosas. A mi también. Creo que no podrían ser más acertadas las palabras que describieran la escena de los trenes humeantes entrando en la estación. Monet se asombraba de lo moderno, de lo pesado y de lo férreo de la situación. Seguro que para la época, no sería para menos.

Yo, un siglo y pico más tarde también me he asombrado con sus pinturas impresionistas, pareciendo poco precisas cuando necesitan más exactitud que ninguna. Cada pincelada está donde tiene que estar, por muy espontánea que creamos que sea. Ni un poco más arriba, ni abajo. Tiene que tener ese grosor y ese color. Y no otros.

Sinfonías de humo, porque si miras el cuadro pareces estar escuchando el escándalo de hierro, que se mueve en medio de su propio vapor. Y allí el pintor, miraba cómo se movían las máquinas que traían y llevaban a la gente de París. De Mi París también.

Ahora los trenes son distintos. No hay vapor. Los RER de dos plantas son setentones y calmosos. No me gustan. Más rápidos, pero intento evitar cogerlos para ir a París 8, porque el pasillo de Invalides me incomoda muchísimo. Y he encontrado un camino alternativo. Un poco más largo pero mejor todo en metro, con las líneas 10 y 13.

Allí abajo, las sinfonías no son de humo. Son de humanidad. De calor, de "pardon" cuando te chocas, de luces raras que te hacen creer que siempre es de noche, o de los dos tonos distintos que te avisan de las paradas por megafonía. Imposible reproducirlos escribiendo, pero algo así como que el primero es casi una incógnita, La Fourche. El segundo es toda una señora y segura afirmación de que ya has llegado, La Fourche. Los hay también distintos, como el meloso La Chapelle que nos hace tanta gracia a Clara y a mí. O los felices: “Ce train est en direction Saint Denis”.

Y para otras sinfonías, los tangos del Sena. Descubrirlos ha sido la mejor medicina de mis domingos horribles de ansiedad y sensación de olvido. Después de los reencuentros con el alcohol este fin de semana, y lo que pretendía ser una espiral de vicio y depravación pero que se está quedando en espiral, han venido bien las horas de fotos y música con algo ya de frío. Luego, otra Formule 5 euros en el sitio de las Quiches maravillosas.

De academismos andamos igual. Toca esperar otra semana para comenzar las clases. El departamento de Infocom ha decidido retrasar hasta el lunes siguiente (18 de octubre) las asignaturas del License, así que esta semana sólo hacemos las que tenemos de libre, de otras carreras. El stage ha valido, en parte, la pena. Conocer mucha gente, hablar "francés erasmus", etc. Todo tiene su bueno y su malo. Pero ya toca trabajar un poquito. Necesito comprobar que estoy aquí para algo serio. Que aunque Monet lo valga, sí que tengo alguna que otra sensación de Baron Dandy, en vacaciones continuas.

Con respecto a lo burocrático, mejor ni hablar. El banco me odia. Es definitivo. En vez de premiar su éxito en apertura de cuentas gracias a mi (les he llevado a cuatro personas, no una, ni dos, ni tres. Si no cuatro) me lo pagan con silencio de los malos. Ni rastro de tarjeta, ni chequero, ni de nada. Y así no puedo tener aún el Velib´ (el Sevici), ni lo más importante, mi dinero, el que tanto trabajo le costó al Santander soltarme.

Siguen pasando rápidos y veloces los días. Con miedo de que esto parezca acabar pronto. Con muchos miedos en general, pero aún con muchas ganas. Con la intención de hablar mucho francés, de aprender muchas cosas, de vivir mucho. Mi París, ya vemos, está lleno de sinfonías distintas. La mayoría se me quedan en las manos (porque tinta no hay). Apéros en Belleville con cous-cous incluídos, fiestas de Vandange en Montmartre, bares buenos, bonitos y baratos, con músicas en directo. Historias, muchas, que se me olvidan y que no. Que cuento y que no cuento, porque no todo lo escrito es todo lo vivido. Pero que están aquí conmigo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Pitos y Flautas

Que no se diga que no aprovecho el tiempo. Mi París me tiene con un trajín burocrático-artístico de mil pares de narices. De los que desesperan por la mañana y gustan por la noche. En el país de las Rendez-Vous todavía no soy un ciudadano todo lo completo que se debe ser. Y yo aquí tres semanas diciendo que me siento como si llevara toda la vida. Pero nada más lejos. Mis amigos del banco no han tenido constancia hasta este sábado de que vivo aquí, La Poste me dejó por fin el acuso de recibo que tenía que firmar para que BNP PARIBAS se pudiera fiar de mi.

Y menos mal, ahora viene la segunda odisea: que me den mi tarjeta de crédito, mi chequero (porque aquí se paga 'tó' con cheques, hasta los chicles) y mi número de cliente virtual. Necesario para poder hacer todo lo que me de la gana desde mi maravilloso cuarto y que no tenga que estar todas las mañanas molestando en su sucursal, verde y gris.

También tengo que matricularme en mi roja universidad. Lo previsto era que eso pudiéramos hacerlo ya este lunes. Pero no. Aún no han tenido tiempo de hacer los horarios, ni de mandárnoslos. Nos tocará encajar las asignaturas en nuestro planning semanal a base de tetrix porque tenerlas, las tenemos de todos los cursos del License, de todos los tamaños y formas. Teóricas, prácticas, bonitas y feas.

La universidad Vincennes-Saint Denis París VIII, es una universidad distinta. Nació un año después del Mai 68 queriendo serlo, de la mano de Faucoult y compañía. Y en cuestión de docencia no sé aún si lo consiguieron, pero en otras cosas desde luego que sí. Las clases son pequeñas, de “estética soviética”, que diría Mar. La limpieza, escasa; la organización: “¿Qué?”. La cuestión técnica se aleja en mucho del mito positivo que aún reina de: tecnología = calidad/desarrollo/”lo mejón der mundo”. Por no haber no hay ni wi-fi. Eso sí, tiene una biblioteca con casi medio millón de ejemplares. La mayor biblioteca universitaria de Francia, dicen ellos. Es, en cultura, el orgullo de la Banlieu parisina.

Estar en una universidad así te hace ver muchas cosas. Entre otras, que no es oro todo lo que reluce en Internet. En cuanto a movimiento estudiantil, por ejemplo, la cosa pinta más floja de lo que parecía. En cuestión de instalaciones y funcionamiento, ya digo que deja mucho (bastante), que desear. Ya veremos si lo compensan con una calidad excelente en cuanto a generación de conocimiento como pretenden. Yo no es que lo dude, porque no lo puedo dudar. Pero que me permitan ser un poco escéptico. Que ya iba llegando la hora.

Y es que no podía ser todo tan bonito. Mi París tiene que tener sus claroscuros. No significa esto que haya crisis entre mi novia y yo, no. Porque las tardes-noches suelen dejarme aún espacio al asombro y el divertimento. Cuando más me gusta la ciudad es cuando atardece, aunque suene cursi. La noche y el día también son buenos, pero al llegar eso de la 7 y media, de repente se multiplican los colores. Se encienden las luces amarillas que tanto me gustan de los bares de aquí. Lo neones, las farolas, los semáforos, todo mezclado aún con los últimos tonos naranjas naturales.

Normalmente, los agobios administrativos se suelen terminar a las 5 de la tarde. Después, hay muchas cosas. Cervezas cada vez más baratas (ya vamos por 2´5 la pinta), paseos increíbles, visitas contrafácticas a estudios de artistas en Belleville (en eso no defrauda París 8). O también descubrimientos como el Village St Paul, con un taller de violines o una imprenta antigua incluidos, en una tal Rue Charles V del Marais.

Además, grandes eventos para una gran ciudad: manifestación desinfladilla y la Nuit Blanche. La primera, curiosa, quizá mal planificada. La segunda la pasamos muy bien. Programa del Libération en mano, fuimos siguiendo algunas rutas recomendadas para ver espectáculos de luces, alguna performance, danza contemporánea, o Notre Dame fantasmagóricamente bonita. Croissants gratis y también cosas chungas: vídeos de caballos mongoles que pretendían ser una alegoría de “lo salvaje y lo vivo”, pero se quedaban en eso, en caballos mongoles.

Consecuencia de todo esto: domingo hogareño. Nos ha sorprendido un día nublado y caluroso, de los del “qué bochonno, colega”, pero el literal, no el mío. La lavandería, la ropa tendida por todo el piso y el rissotto improvisado para cenar. Me encanta poder cocinar lo que yo quiera. Y como me de la gana. Me encanta también que halaguen mis creaciones culinarias. Porque mis compis  se creían que iban a vivir con un niñato de pizza precocinada en el microondas. Vamos, “sin yo ser nada de eso”.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Pull


Ya ha cambiado el tiempo. En París ha empezado ya a hacer frío. No sé si para todo el invierno, o si luego volverá a sorprendernos otra vez el calor de la última semana. Mi novia está fría, pero no conmigo. Yo, que para eso soy más que un perro verde, raro, no me quejo. En absoluto. Para disfrutar de mi frío de París me he hecho con un “pull” la mar de calentito y de ‘pro’, sólo por un euro.

Y 12 días no han sido suficientes, parece, para decaer de las primeras impresiones de sorpresa mezclada con normalidad de la que hablaba. Sigue habiéndolas. Sigue llegando gente nueva, nuevas compañías, valencianes també. Pero mi casa ya es más casa, y a veces, sigue pareciéndome que es mi casa de siempre. Los días no son aún iguales entre sí, aunque haya cosas parecidas. Y la actividad de una ciudad como ésta es difícil de hacerte parar.

De pic-nic en Buttes-Chaumont hemos pasado al refugio en la bodega de un bar cutre de Rue Mouffetard. Borrachos ingleses y nosotros, con más o menos pintas a tres euros en el cuerpo. Es una calle bonita, con mucho ambiente y cerquita de aquí. De las de estampa típica de París. Con una placita con mercado de frutas –caras, claro--, queserías y tiendas de vino.

Sigo llegando tarde a sitios, o en días que están cerrados. No he superado aún el calendario tan ajeno. Hay cosas que cierran los lunes, otras los sábados. Los domingos abren muchas que normalmente no lo harían en Sevilla. Pero me ‘quedaré con la copla’, seguro. Poco a poco, las obligaciones administrativas de becario extranjero se van superando. Y ya me conocen en el banco.

Mi París tiene cosas curiosas. Las dependientas de mi boulangerie son canis, casi como 'La Reyi' y 'La Auxi' del Polvillo de mi barrio. Los perroflautas son también elegantes y hay diferencias de precios tan brutales como inexplicables. A mi las uvas me cuestan un poco más que a Clara, pero muchísimo menos que a las señoras que compran debajo de casa.

Hace calor y frío en el mismo día, o en la misma tarde. Porque aquí lo que van llegando son los restos de lo que el Atlántico lleva hacia Inglaterra. No hay cielos encapotados como los de nuestras borrascas ibéricas y así, parece que son más grandes. Eso sí, mi paraguas de los chinos es el mismo que todos los que he perdido en Sevilla. La globalización y esas cosas. Suerte que también tiene su parte buena. En casa arrasamos el Franprix de Nouilles Orientales a cuarenta céntimos. Pa' cuando no hay ganas de meterle prisa a la cocina de cachondeo.

En esas estamos. Hoy, día gris, apetece “fer el gos tot el dia”, dice Rebeca. Mañana se acaban las vacaciones. Empezamos el Stage y supongo, cambiarán un poco las rutinas. Tengo ganas, como dije, de aprender y entender mejor a Mi París. Y habrá que levantarse temprano. Que Paris VIII queda lejos, a un RER y un metro de por medio.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Novias

Para Hemingway, París era una fiesta. Para mí, es como mi novia. Me lo acaban de decir, y creo que sí, justo es eso. Es mi nueva novia. Creo que yo le gusto a ella, y que ella me encanta a mí. Hemos conectado muy rápido. Como si nos conociéramos desde hace tiempo. Hacía mucho que no tenía tantos instintos y sensaciones juntas. Y eso sí, son todas buenas.

Estos cinco días han sido completos. De contacto, de conocer gente y sitios nuevos, pero también de una sensación rara de continuidad. A veces, me da la impresión de que no es la primera vez que estoy con ella. De que llevo tiempo viviendo aquí. Como cuando a Clara y a mi nos entra el pavo: “Pero, ¿tú?, ¿Tú dónde vives?, porque yo vivo en París, ¿sabes?, sí, sí, vivo en París”.

Pero nuestra relación no me hace estar, tampoco, en una nube rosa de algodón. Creo que tengo mis pies bien en la tierra. Yo soy “mu mío”, y eso me da seguridad. Aunque, evidentemente, París tenga su cara fea y eso, a los novios, ya sabemos que no nos gusta. Es como todo. Hay cosas que me inquietan porque es que, nadie es perfecto.

Las cartas de facturas que llegan constantemente no me dan, precisamente, seguridad. Mi casera me da incluso un poco de miedo. Aún no le hemos llamado y dicho que estamos aquí. Tengo una imagen muy muy distorsionada de ella. Tanto que ni siquiera la conozco físicamente. Así que, perfectamente puedo imaginármela como un monstruo horrible. Lleno de rulos y con cara de Ogro. Es un poco mi Margueritte Duras, que seguro que me hablará en un francés superior --aunque todo francés es superior al mío, de momento--. Y me da cosa porque seguro que Margueritte Duras era una mujer encantadora. O no. Y mi casera también lo debe de ser. O no.

Las jornadas del patrimonio están ayudando mucho a fraguar nuestro amor. Mis días aquí están empezando a durar 26 horas. Horas de visitas a museos, plazas, sitios entrañables y sesiones de cine nocturno. También de esperas de varias horas para ver lo poco que nos enseña, en diez minutos, l´Institut de France, sentados en la barra de un bar recién abierto y con los riñones congelados. “15 euros” bromea el camarero para cobrarnos dos cafés.

Los parisinos son hasta simpáticos si quieren. Y hasta volviendo a casa por la mañana en un RER, lo puedes comprobar. Mucho mejor eso que mi extraña afición de quedarme dormido en los autobuses en Sevilla, y acabar en el centro de nuevo. Lo malo es que en el RER puedo acabar lejos de París. Y mi nueva novia es celosa. O eso parece.

Seguiré con ella esta semana todavía con mucha libertad. Es normal, estamos empezando. Todavía no tendré la atadura de la Facultad, que me quitará tiempo para estar con ella. Pero a la vez, tengo ganas de que empiece mi Stage Lingüístico de francés. Lo necesito para entenderla mejor y que ella me entienda a mí. No se cómo será nuestra relación cuando empiece la rutina. Cuando estemos hartos de vernos todos los días y eche de menos a la otra, a Sevilla. ¿O la otra era esta? Creo que no me acuerdo, me da igual. Lo que sé es que de momento, nos queremos mucho. Mi Sevilla está allí. Es muy buena y muy mariana ella, de las que perdonan. Así que de momento, disfruto de ésta, que parece muy atractiva. Me seduce como se hace en los primeros días del amor, yendo a más. Y parece que la cosa va para largo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

24 Horas

Ya las llevo aquí. A esta misma hora del día de ayer aterrizó mi vuelo directo Sevilla-París, con la compañía Transavia.com. Ya llevo un día. Ya tengo un día de parisino. Porque yo no soy turista, yo ahora, vivo en París.

Orly tiene una sintonía de avisos a los pasajeros que se me antoja muy siniestra. Es un primer contacto con el país que dice mucho de sí mismo. Es como un timbre que viene de muy lejos, como de voz onírica que va a más. Un tono de llamada como muy culto, no la típica escala aguda que suena en los aeropuertos o estaciones de trenes españoles. Gusta pero a la vez, me inquieta mucho. Y además, mi maleta tardaba en salir, me ponía nervioso.

Suerte que Clara ya había podido sortear todo el lío que se montó al cerrar Saint-Michel por un aviso de bomba que, al final, ha tenido mil veces más trascendencia en España que aquí. Llegó y nos abrazamos mucho. Entonces, salió la maleta.

Y todo lo demás: rápido y veloz. Cuando nos dimos cuenta estábamos en el Orlybus y luego subiendo y bajando escaleras del metro con unos 35 kilos de maletas entre los dos. Al llegar a casa y abrir las 3 puertas y 3 cerraduras que hay que pasar, respiramos tranquilos. Pronto, cumplimos nuestra promesa de champanazo en Pont des Arts. Brindamos por todo lo brindable y sin darnos cuenta, a las 4 de la mañana volvíamos mientras nos llovía, medio dando tumbos. Porque sí, nos emborrachamos “a base de bien”.

Dormir sin sábanas no ha importado. Tenía ganas de ver París de día así, por lo que poco después de las 9 ya estaba en planta. Desayunamos baguette con jamón (del bueno) que traje yo. En el piso ya había aceite de oliva –y creía que aquí ni existía, casi—pero el café soluble no nos ha convencido, de ninguna manera. “La baguette no está hecha para el aceite, no chupa”, dijo Clara.

Y después, a la aventura. Exploramos mi barrio, aunque ya habíamos conocido anoche parte, --lo mejor, el Sena, su paseo, sus mini anfiteatros donde la gente baila tango o músicas celtas, embobados nos quedamos—luego, a comprar cosas para comer como dos estudiantes más en las gradas de un anfiteatro. Sólo me falta una americana con coderas para ser como ellos. Lo estoy viendo.

Pero la jornada en París da para mucho, incluso para meter la pata. Llegamos a la facultad no sin 10 minutos de parón en el metro por un “accidente grave”. Más tarde cortarían parte de la línea que va a Saint Denis y tuvimos que volver dando un gran rodeo. Pero lo peor fue haber hecho el viajazo para nada. Los miércoles no abre la oficina de relaciones internacionales. Estupendo. Y en la web no lo ponía, por supuesto.

Así que la visita sólo ha servido para tomar un café y descansar en uno de los jardines del campus. París 8 es genial. Todo muy ‘pro’ –a cada momento carteles de partidos comunistas maoístas estudiantiles--, muy babel, muy funcional y muy sucio, también. Se puede estudiar hasta catalán (impensable en Sevilla), cursos y miles de actividades ‘culturetas’ increíbles. De la docencia, ni rastro.

Y poco más. La odisea de la vuelta nos ha dejado muertecitos, sentados en las fuentes de la plaza de la Sorbonne. Tras comprar las entradas en el cine Le Champo para el sábado, he vuelto a casa como si viviera aquí de toda la vida. Veremos tres pelis de Almodóvar, desayuno y a la cama. Me espera un domingo de señor que vive tranquilamente en París sin preocupaciones (no me lo creo ni yo). Me gusta que tenga tiempo de pasear mucho y de mirarlo todo. Espiar me parece bonito cuando se tiene ganas de aprender. Es una buena forma. Y yo estoy dispuesto a hacerlo.

Así que mañana más. Mañana seguiré espiando a Mi París, todo solo. Enfrentándome a mi francés inferior (anda que si me escuchara Margueritte Duras…). Espero no tener muchos problemas y poder sacarle provecho. Clara y yo descansaremos en Montmartre después de nuestros ‘quereseres’, menudo sitio hemos escogido los dos. En fin, esto no ha hecho más que empezar.

martes, 14 de septiembre de 2010

On y va

Ya está. Es el día. En unas horas tomaré champagne en Pont des Arts con Clara. Como tantas veces hemos hablado, después de soltar las maletas, iremos ya de noche a encontrarnos con nuestra libertad afrancesada. Muchos meses pensando en ello, muchos preparativos, como siempre, hasta el último momento. Y París ya está conmigo.

Está de sobra que diga todo lo que voy a echar de menos. Es mucho. Son muchas personas y todas, saben quienes son. Siempre he dicho –hemos--, que no me da ningún miedo lo que pase allí. Estoy dispuesto a todo. Lo que no me gusta es perder el control de lo de aquí. Es un paquete enorme, que se mueve, tiene vida y cambia. No cabría ni en el avión más grande del mundo, no me lo puedo llevar. Ojalá. Y tengo pánico de no encontrarme con el mismo. De que no me reconozca a mí.

Pero fue decisión mía. “¡Que me voy! ¿En?, ¡Que me voy!”. La frase que desde hace unos siete meses, medio en serio medio en broma, digo cuando ‘me enfado’. Lo bueno es que me voy contento de no dejar ningún cabo suelto, no voy a poder decir, finalmente, que me arrepiento de no haber hecho tal cosa. A pesar de que mi última semana ha sido totalmente imprevista. Cuando menos te lo esperas, la vida te guarda sorpresas estupendas. Y si encima tienen los labios tan bonitos, mejor que mejor.

En el anterior post coceptualicé un poco a Mi París, y dije que quizá es un error. No debería llenarlo de tantas cosas. No quiero tener que decepcionarme. No tengo que crearme falsas expectativas. Pero es inevitable que espere mucho de este viaje. Igual, después, no es para tanto, pero llevo mucho tiempo esperando este momento. Y ha llegado ya. Me voy.

Hasta pronto

sábado, 21 de agosto de 2010

París no se acaba nunca

El pasado, decía Poust, no sólo no es fugaz, es que no se mueve de sitio. Con París pasa lo mismo, jamás ha salido de viaje. Y encima es interminable, no se acaba nunca.

París no se acaba nunca. Enrique Vila-Matas



Para mí, acaba de empezar. Ya. Antes incluso de estar allí. “Da igual lo que digan Hemingway o Vila-Matas. París se acabó para ellos. Ahora nos toca a nosotros”, me dedicó Clara al regalarme el libro. “Ahora nos toca a nosotros”, y no sé si tampoco se nos acabará nunca. No sé si quiero que se me acabe alguna vez, eso ya lo veremos.

 Origen

París empezó conmigo como una idea. Al entrar en la universidad tuve muy claro que tenía que hacer un curso fuera, "irme de Erasmus". Tenía que ser en Francia, que acoge parte de lo que soy, de lo que pienso. República, cambio, revolución, frío, queso, champagne. Yo y los mitos que me pueblan para intentar entender un poco mejor todo lo que me rodea. No soy el único que los tiene, –ni mucho menos- pero sí de los que lo reconoce, aunque quizá desde hace poco.

Hablo de símbolos constantemente, porque de símbolos está lleno nuestro universo mental. Y eso no es malo, “a menos que matemos por ellos, claro”, decía mi profesor de Información y Propaganda. Por eso, yo le pongo a París todos los significados que me apetece:

  • Cambio. Para mí está claro que París es uno grande. 
    • De espacio primero, porque aunque estoy acostumbrado a cambiar de lugares varias veces al año, (Elda, Berlanga, mis segundas residencias), siempre he vivido en Sevilla, en el mismo edificio, en el mismo barrio. Paso de una aglomeración urbana de entorno al millón y medio de sevillanos (no de habitantes) a una de doce millones.  
    • De modo de vida. Porque será la primera vez que viva fuera de casa, sin padres. Aprender a vivir sólo es algo que creo, puedo hacer muy bien, pero que no he llegado a experimentar del todo. Solucionar problemas por mí mismo, sin confundir libertad con independencia, --nada más lejos- el dinero es de todos, menos mío. Y ese tipo de actividades que le hacen a uno crecer. 
    • De rutina. No se trata de hacer menos cosas, sino distintas. O en otro orden. He vivido un año de facultad intenso: mis asignaturas (con optativas de más, trabajos, prácticas, etc), Junta de Facultad (reuniones, comisiones, asambleas, discusiones) y flirteo con el Taller de Literatura. Además: finalizar un curso horrible de diseño gráfico y redacción y edición en SevillaActualidad. Necesitaba frenar, y con esa idea llegó también París.  
  • Viaje. La metáfora eterna. 
    • Viaje Odiseico. Pasar de un estado de juventud primitiva a uno más avanzado (no me voy a atrever a llamarlo madurez, evidentemente), a través de este que emprendo ahora. Y todo debido a esos cambios de los que hablo. Porque, supongo que cuando termine la experiencia, no seré exactamente el mismo que soy ahora. 
    • También viaje en su sentido más literal. He salido pocas veces de mi eje sevillano-extremeño-valenciano. Ahora toca conocer, espero, algún que otro rincón. A saber: Berlín?, Lyon?, Toulouse? New Castle?, Bradford?. Ya veremos.

En definitiva, París está ya conmigo, se me presenta en poco más de 20 días. Quizá no debiera rellenar su concepto de tantas cosas, porque se corre el riesgo de generar falsas expectativas. Y eso luego, pasa factura. Intentaré no obsesionarme. Aún tengo cuentas pendientes aquí, mejor solucionarlas y no dejarlas para la vuelta. Lo ideal es ver la ciudad como en esa foto: desde la ventana, con mala luz (interior oscuro y exterior sobreexpuesto), poco nítido. Luego, una vez allí, ya intentaremos ir mejorándola. Poco a poco.