domingo, 26 de septiembre de 2010

Pull


Ya ha cambiado el tiempo. En París ha empezado ya a hacer frío. No sé si para todo el invierno, o si luego volverá a sorprendernos otra vez el calor de la última semana. Mi novia está fría, pero no conmigo. Yo, que para eso soy más que un perro verde, raro, no me quejo. En absoluto. Para disfrutar de mi frío de París me he hecho con un “pull” la mar de calentito y de ‘pro’, sólo por un euro.

Y 12 días no han sido suficientes, parece, para decaer de las primeras impresiones de sorpresa mezclada con normalidad de la que hablaba. Sigue habiéndolas. Sigue llegando gente nueva, nuevas compañías, valencianes també. Pero mi casa ya es más casa, y a veces, sigue pareciéndome que es mi casa de siempre. Los días no son aún iguales entre sí, aunque haya cosas parecidas. Y la actividad de una ciudad como ésta es difícil de hacerte parar.

De pic-nic en Buttes-Chaumont hemos pasado al refugio en la bodega de un bar cutre de Rue Mouffetard. Borrachos ingleses y nosotros, con más o menos pintas a tres euros en el cuerpo. Es una calle bonita, con mucho ambiente y cerquita de aquí. De las de estampa típica de París. Con una placita con mercado de frutas –caras, claro--, queserías y tiendas de vino.

Sigo llegando tarde a sitios, o en días que están cerrados. No he superado aún el calendario tan ajeno. Hay cosas que cierran los lunes, otras los sábados. Los domingos abren muchas que normalmente no lo harían en Sevilla. Pero me ‘quedaré con la copla’, seguro. Poco a poco, las obligaciones administrativas de becario extranjero se van superando. Y ya me conocen en el banco.

Mi París tiene cosas curiosas. Las dependientas de mi boulangerie son canis, casi como 'La Reyi' y 'La Auxi' del Polvillo de mi barrio. Los perroflautas son también elegantes y hay diferencias de precios tan brutales como inexplicables. A mi las uvas me cuestan un poco más que a Clara, pero muchísimo menos que a las señoras que compran debajo de casa.

Hace calor y frío en el mismo día, o en la misma tarde. Porque aquí lo que van llegando son los restos de lo que el Atlántico lleva hacia Inglaterra. No hay cielos encapotados como los de nuestras borrascas ibéricas y así, parece que son más grandes. Eso sí, mi paraguas de los chinos es el mismo que todos los que he perdido en Sevilla. La globalización y esas cosas. Suerte que también tiene su parte buena. En casa arrasamos el Franprix de Nouilles Orientales a cuarenta céntimos. Pa' cuando no hay ganas de meterle prisa a la cocina de cachondeo.

En esas estamos. Hoy, día gris, apetece “fer el gos tot el dia”, dice Rebeca. Mañana se acaban las vacaciones. Empezamos el Stage y supongo, cambiarán un poco las rutinas. Tengo ganas, como dije, de aprender y entender mejor a Mi París. Y habrá que levantarse temprano. Que Paris VIII queda lejos, a un RER y un metro de por medio.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Novias

Para Hemingway, París era una fiesta. Para mí, es como mi novia. Me lo acaban de decir, y creo que sí, justo es eso. Es mi nueva novia. Creo que yo le gusto a ella, y que ella me encanta a mí. Hemos conectado muy rápido. Como si nos conociéramos desde hace tiempo. Hacía mucho que no tenía tantos instintos y sensaciones juntas. Y eso sí, son todas buenas.

Estos cinco días han sido completos. De contacto, de conocer gente y sitios nuevos, pero también de una sensación rara de continuidad. A veces, me da la impresión de que no es la primera vez que estoy con ella. De que llevo tiempo viviendo aquí. Como cuando a Clara y a mi nos entra el pavo: “Pero, ¿tú?, ¿Tú dónde vives?, porque yo vivo en París, ¿sabes?, sí, sí, vivo en París”.

Pero nuestra relación no me hace estar, tampoco, en una nube rosa de algodón. Creo que tengo mis pies bien en la tierra. Yo soy “mu mío”, y eso me da seguridad. Aunque, evidentemente, París tenga su cara fea y eso, a los novios, ya sabemos que no nos gusta. Es como todo. Hay cosas que me inquietan porque es que, nadie es perfecto.

Las cartas de facturas que llegan constantemente no me dan, precisamente, seguridad. Mi casera me da incluso un poco de miedo. Aún no le hemos llamado y dicho que estamos aquí. Tengo una imagen muy muy distorsionada de ella. Tanto que ni siquiera la conozco físicamente. Así que, perfectamente puedo imaginármela como un monstruo horrible. Lleno de rulos y con cara de Ogro. Es un poco mi Margueritte Duras, que seguro que me hablará en un francés superior --aunque todo francés es superior al mío, de momento--. Y me da cosa porque seguro que Margueritte Duras era una mujer encantadora. O no. Y mi casera también lo debe de ser. O no.

Las jornadas del patrimonio están ayudando mucho a fraguar nuestro amor. Mis días aquí están empezando a durar 26 horas. Horas de visitas a museos, plazas, sitios entrañables y sesiones de cine nocturno. También de esperas de varias horas para ver lo poco que nos enseña, en diez minutos, l´Institut de France, sentados en la barra de un bar recién abierto y con los riñones congelados. “15 euros” bromea el camarero para cobrarnos dos cafés.

Los parisinos son hasta simpáticos si quieren. Y hasta volviendo a casa por la mañana en un RER, lo puedes comprobar. Mucho mejor eso que mi extraña afición de quedarme dormido en los autobuses en Sevilla, y acabar en el centro de nuevo. Lo malo es que en el RER puedo acabar lejos de París. Y mi nueva novia es celosa. O eso parece.

Seguiré con ella esta semana todavía con mucha libertad. Es normal, estamos empezando. Todavía no tendré la atadura de la Facultad, que me quitará tiempo para estar con ella. Pero a la vez, tengo ganas de que empiece mi Stage Lingüístico de francés. Lo necesito para entenderla mejor y que ella me entienda a mí. No se cómo será nuestra relación cuando empiece la rutina. Cuando estemos hartos de vernos todos los días y eche de menos a la otra, a Sevilla. ¿O la otra era esta? Creo que no me acuerdo, me da igual. Lo que sé es que de momento, nos queremos mucho. Mi Sevilla está allí. Es muy buena y muy mariana ella, de las que perdonan. Así que de momento, disfruto de ésta, que parece muy atractiva. Me seduce como se hace en los primeros días del amor, yendo a más. Y parece que la cosa va para largo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

24 Horas

Ya las llevo aquí. A esta misma hora del día de ayer aterrizó mi vuelo directo Sevilla-París, con la compañía Transavia.com. Ya llevo un día. Ya tengo un día de parisino. Porque yo no soy turista, yo ahora, vivo en París.

Orly tiene una sintonía de avisos a los pasajeros que se me antoja muy siniestra. Es un primer contacto con el país que dice mucho de sí mismo. Es como un timbre que viene de muy lejos, como de voz onírica que va a más. Un tono de llamada como muy culto, no la típica escala aguda que suena en los aeropuertos o estaciones de trenes españoles. Gusta pero a la vez, me inquieta mucho. Y además, mi maleta tardaba en salir, me ponía nervioso.

Suerte que Clara ya había podido sortear todo el lío que se montó al cerrar Saint-Michel por un aviso de bomba que, al final, ha tenido mil veces más trascendencia en España que aquí. Llegó y nos abrazamos mucho. Entonces, salió la maleta.

Y todo lo demás: rápido y veloz. Cuando nos dimos cuenta estábamos en el Orlybus y luego subiendo y bajando escaleras del metro con unos 35 kilos de maletas entre los dos. Al llegar a casa y abrir las 3 puertas y 3 cerraduras que hay que pasar, respiramos tranquilos. Pronto, cumplimos nuestra promesa de champanazo en Pont des Arts. Brindamos por todo lo brindable y sin darnos cuenta, a las 4 de la mañana volvíamos mientras nos llovía, medio dando tumbos. Porque sí, nos emborrachamos “a base de bien”.

Dormir sin sábanas no ha importado. Tenía ganas de ver París de día así, por lo que poco después de las 9 ya estaba en planta. Desayunamos baguette con jamón (del bueno) que traje yo. En el piso ya había aceite de oliva –y creía que aquí ni existía, casi—pero el café soluble no nos ha convencido, de ninguna manera. “La baguette no está hecha para el aceite, no chupa”, dijo Clara.

Y después, a la aventura. Exploramos mi barrio, aunque ya habíamos conocido anoche parte, --lo mejor, el Sena, su paseo, sus mini anfiteatros donde la gente baila tango o músicas celtas, embobados nos quedamos—luego, a comprar cosas para comer como dos estudiantes más en las gradas de un anfiteatro. Sólo me falta una americana con coderas para ser como ellos. Lo estoy viendo.

Pero la jornada en París da para mucho, incluso para meter la pata. Llegamos a la facultad no sin 10 minutos de parón en el metro por un “accidente grave”. Más tarde cortarían parte de la línea que va a Saint Denis y tuvimos que volver dando un gran rodeo. Pero lo peor fue haber hecho el viajazo para nada. Los miércoles no abre la oficina de relaciones internacionales. Estupendo. Y en la web no lo ponía, por supuesto.

Así que la visita sólo ha servido para tomar un café y descansar en uno de los jardines del campus. París 8 es genial. Todo muy ‘pro’ –a cada momento carteles de partidos comunistas maoístas estudiantiles--, muy babel, muy funcional y muy sucio, también. Se puede estudiar hasta catalán (impensable en Sevilla), cursos y miles de actividades ‘culturetas’ increíbles. De la docencia, ni rastro.

Y poco más. La odisea de la vuelta nos ha dejado muertecitos, sentados en las fuentes de la plaza de la Sorbonne. Tras comprar las entradas en el cine Le Champo para el sábado, he vuelto a casa como si viviera aquí de toda la vida. Veremos tres pelis de Almodóvar, desayuno y a la cama. Me espera un domingo de señor que vive tranquilamente en París sin preocupaciones (no me lo creo ni yo). Me gusta que tenga tiempo de pasear mucho y de mirarlo todo. Espiar me parece bonito cuando se tiene ganas de aprender. Es una buena forma. Y yo estoy dispuesto a hacerlo.

Así que mañana más. Mañana seguiré espiando a Mi París, todo solo. Enfrentándome a mi francés inferior (anda que si me escuchara Margueritte Duras…). Espero no tener muchos problemas y poder sacarle provecho. Clara y yo descansaremos en Montmartre después de nuestros ‘quereseres’, menudo sitio hemos escogido los dos. En fin, esto no ha hecho más que empezar.

martes, 14 de septiembre de 2010

On y va

Ya está. Es el día. En unas horas tomaré champagne en Pont des Arts con Clara. Como tantas veces hemos hablado, después de soltar las maletas, iremos ya de noche a encontrarnos con nuestra libertad afrancesada. Muchos meses pensando en ello, muchos preparativos, como siempre, hasta el último momento. Y París ya está conmigo.

Está de sobra que diga todo lo que voy a echar de menos. Es mucho. Son muchas personas y todas, saben quienes son. Siempre he dicho –hemos--, que no me da ningún miedo lo que pase allí. Estoy dispuesto a todo. Lo que no me gusta es perder el control de lo de aquí. Es un paquete enorme, que se mueve, tiene vida y cambia. No cabría ni en el avión más grande del mundo, no me lo puedo llevar. Ojalá. Y tengo pánico de no encontrarme con el mismo. De que no me reconozca a mí.

Pero fue decisión mía. “¡Que me voy! ¿En?, ¡Que me voy!”. La frase que desde hace unos siete meses, medio en serio medio en broma, digo cuando ‘me enfado’. Lo bueno es que me voy contento de no dejar ningún cabo suelto, no voy a poder decir, finalmente, que me arrepiento de no haber hecho tal cosa. A pesar de que mi última semana ha sido totalmente imprevista. Cuando menos te lo esperas, la vida te guarda sorpresas estupendas. Y si encima tienen los labios tan bonitos, mejor que mejor.

En el anterior post coceptualicé un poco a Mi París, y dije que quizá es un error. No debería llenarlo de tantas cosas. No quiero tener que decepcionarme. No tengo que crearme falsas expectativas. Pero es inevitable que espere mucho de este viaje. Igual, después, no es para tanto, pero llevo mucho tiempo esperando este momento. Y ha llegado ya. Me voy.

Hasta pronto