Para Hemingway, París era una fiesta. Para mí, es como mi novia. Me lo acaban de decir, y creo que sí, justo es eso. Es mi nueva novia. Creo que yo le gusto a ella, y que ella me encanta a mí. Hemos conectado muy rápido. Como si nos conociéramos desde hace tiempo. Hacía mucho que no tenía tantos instintos y sensaciones juntas. Y eso sí, son todas buenas.
Estos cinco días han sido completos. De contacto, de conocer gente y sitios nuevos, pero también de una sensación rara de continuidad. A veces, me da la impresión de que no es la primera vez que estoy con ella. De que llevo tiempo viviendo aquí. Como cuando a Clara y a mi nos entra el pavo: “Pero, ¿tú?, ¿Tú dónde vives?, porque yo vivo en París, ¿sabes?, sí, sí, vivo en París”.
Pero nuestra relación no me hace estar, tampoco, en una nube rosa de algodón. Creo que tengo mis pies bien en la tierra. Yo soy “mu mío”, y eso me da seguridad. Aunque, evidentemente, París tenga su cara fea y eso, a los novios, ya sabemos que no nos gusta. Es como todo. Hay cosas que me inquietan porque es que, nadie es perfecto.
Las cartas de facturas que llegan constantemente no me dan, precisamente, seguridad. Mi casera me da incluso un poco de miedo. Aún no le hemos llamado y dicho que estamos aquí. Tengo una imagen muy muy distorsionada de ella. Tanto que ni siquiera la conozco físicamente. Así que, perfectamente puedo imaginármela como un monstruo horrible. Lleno de rulos y con cara de Ogro. Es un poco mi Margueritte Duras, que seguro que me hablará en un francés superior --aunque todo francés es superior al mío, de momento--. Y me da cosa porque seguro que Margueritte Duras era una mujer encantadora. O no. Y mi casera también lo debe de ser. O no.
Las jornadas del patrimonio están ayudando mucho a fraguar nuestro amor. Mis días aquí están empezando a durar 26 horas. Horas de visitas a museos, plazas, sitios entrañables y sesiones de cine nocturno. También de esperas de varias horas para ver lo poco que nos enseña, en diez minutos, l´Institut de France, sentados en la barra de un bar recién abierto y con los riñones congelados. “15 euros” bromea el camarero para cobrarnos dos cafés.
Los parisinos son hasta simpáticos si quieren. Y hasta volviendo a casa por la mañana en un RER, lo puedes comprobar. Mucho mejor eso que mi extraña afición de quedarme dormido en los autobuses en Sevilla, y acabar en el centro de nuevo. Lo malo es que en el RER puedo acabar lejos de París. Y mi nueva novia es celosa. O eso parece.
Seguiré con ella esta semana todavía con mucha libertad. Es normal, estamos empezando. Todavía no tendré la atadura de la Facultad, que me quitará tiempo para estar con ella. Pero a la vez, tengo ganas de que empiece mi Stage Lingüístico de francés. Lo necesito para entenderla mejor y que ella me entienda a mí. No se cómo será nuestra relación cuando empiece la rutina. Cuando estemos hartos de vernos todos los días y eche de menos a la otra, a Sevilla. ¿O la otra era esta? Creo que no me acuerdo, me da igual. Lo que sé es que de momento, nos queremos mucho. Mi Sevilla está allí. Es muy buena y muy mariana ella, de las que perdonan. Así que de momento, disfruto de ésta, que parece muy atractiva. Me seduce como se hace en los primeros días del amor, yendo a más. Y parece que la cosa va para largo.
Espero que esos primeras horas de enamorado te duren todo el año, pero con lo grandiosa que es Paris, seguro que sí
ResponderEliminar