A Zola, los cuadros de Gare Saint-Lazare de Monet le parecían “sinfonías de humo” maravillosas. A mi también. Creo que no podrían ser más acertadas las palabras que describieran la escena de los trenes humeantes entrando en la estación. Monet se asombraba de lo moderno, de lo pesado y de lo férreo de la situación. Seguro que para la época, no sería para menos.
Yo, un siglo y pico más tarde también me he asombrado con sus pinturas impresionistas, pareciendo poco precisas cuando necesitan más exactitud que ninguna. Cada pincelada está donde tiene que estar, por muy espontánea que creamos que sea. Ni un poco más arriba, ni abajo. Tiene que tener ese grosor y ese color. Y no otros.
Sinfonías de humo, porque si miras el cuadro pareces estar escuchando el escándalo de hierro, que se mueve en medio de su propio vapor. Y allí el pintor, miraba cómo se movían las máquinas que traían y llevaban a la gente de París. De Mi París también.
Ahora los trenes son distintos. No hay vapor. Los RER de dos plantas son setentones y calmosos. No me gustan. Más rápidos, pero intento evitar cogerlos para ir a París 8, porque el pasillo de Invalides me incomoda muchísimo. Y he encontrado un camino alternativo. Un poco más largo pero mejor todo en metro, con las líneas 10 y 13.
Allí abajo, las sinfonías no son de humo. Son de humanidad. De calor, de "pardon" cuando te chocas, de luces raras que te hacen creer que siempre es de noche, o de los dos tonos distintos que te avisan de las paradas por megafonía. Imposible reproducirlos escribiendo, pero algo así como que el primero es casi una incógnita, La Fourche. El segundo es toda una señora y segura afirmación de que ya has llegado, La Fourche. Los hay también distintos, como el meloso La Chapelle que nos hace tanta gracia a Clara y a mí. O los felices: “Ce train est en direction Saint Denis”.
Y para otras sinfonías, los tangos del Sena. Descubrirlos ha sido la mejor medicina de mis domingos horribles de ansiedad y sensación de olvido. Después de los reencuentros con el alcohol este fin de semana, y lo que pretendía ser una espiral de vicio y depravación pero que se está quedando en espiral, han venido bien las horas de fotos y música con algo ya de frío. Luego, otra Formule 5 euros en el sitio de las Quiches maravillosas.
De academismos andamos igual. Toca esperar otra semana para comenzar las clases. El departamento de Infocom ha decidido retrasar hasta el lunes siguiente (18 de octubre) las asignaturas del License, así que esta semana sólo hacemos las que tenemos de libre, de otras carreras. El stage ha valido, en parte, la pena. Conocer mucha gente, hablar "francés erasmus", etc. Todo tiene su bueno y su malo. Pero ya toca trabajar un poquito. Necesito comprobar que estoy aquí para algo serio. Que aunque Monet lo valga, sí que tengo alguna que otra sensación de Baron Dandy, en vacaciones continuas.
Con respecto a lo burocrático, mejor ni hablar. El banco me odia. Es definitivo. En vez de premiar su éxito en apertura de cuentas gracias a mi (les he llevado a cuatro personas, no una, ni dos, ni tres. Si no cuatro) me lo pagan con silencio de los malos. Ni rastro de tarjeta, ni chequero, ni de nada. Y así no puedo tener aún el Velib´ (el Sevici), ni lo más importante, mi dinero, el que tanto trabajo le costó al Santander soltarme.
Siguen pasando rápidos y veloces los días. Con miedo de que esto parezca acabar pronto. Con muchos miedos en general, pero aún con muchas ganas. Con la intención de hablar mucho francés, de aprender muchas cosas, de vivir mucho. Mi París, ya vemos, está lleno de sinfonías distintas. La mayoría se me quedan en las manos (porque tinta no hay). Apéros en Belleville con cous-cous incluídos, fiestas de Vandange en Montmartre, bares buenos, bonitos y baratos, con músicas en directo. Historias, muchas, que se me olvidan y que no. Que cuento y que no cuento, porque no todo lo escrito es todo lo vivido. Pero que están aquí conmigo.
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